Todo dibujante de tebeos fue algún día un niño especial. O, peor aún, muchos lo siguen siendo. Ser un niño especial es una tarea difícil pero, a la larga, gratificante. Os lo digo yo. Terminar dando tumbos en una celda acolchada o drogado hasta los ojos no es la única salida. Muchos hemos aprendido a pintar tebeos, algo mucho más constructivo y que, a la larga, nos traerá gloria, fama, dinero y montones de sexo. O, al menos, eso me dijeron cuando me convencieron de pintar tebeos. Por eso me metí, si no, ¿qué iba a estar yo aquí escribiendo una editorial? Estaría ahí fuera, en el mundo real. Con el frío que hace. Quita, quita, que se está muy bien cerca del brasero. Sobre todo si me acompaña Agapito. Nadie puede ver a Agapito, sólo yo. Es mi mejor amigo. Mi consejero. El custodio de mis más oscuros secretos. Agapito me quiere bien. Me ayuda a saber en quién confiar. No os guardo rencor, chicos, pero es que no le gustásteis a Agapito. Qué lástima. Ahora mamá tendrá que venir y limpiar toda esta sangre.
Firmado: El dibujante de tebeos y Agapito.
Debido a una terrible arruga en el tiempo, ha aparecido en este número un contenido del número anterior… ¡Pero no se lo digan a nadie!
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