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ase62
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MensajePublicado: 03/01/2018 23:46    Asunto: Responder citando

¡Me encanta! ¡Ánimo con ese fanfic! Wink
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Pirluit
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MensajePublicado: 05/01/2018 13:03    Asunto: Fanfic Johanot "La noche más larga", 1 Responder citando

Bueno, chicos, pues empiezo a postear, por tramos, el único capítulo que tenemos terminado. No es el primero de la fanfic, en orden cronológico, pero se puede leer entendiéndolo todo. ¡Esperamos que os guste!


LA NOCHE MÁS LARGA


Johan, Robert y el Conde de Tréville contemplaban el paisaje exterior al castillo desde la torre de vigilancia.

- Las vistas acojonan esta noche, ¿eh, chicos?

Los ojos del pequeño Johan se abrían como platos, fascinado como estaba ante la visión de las huestes del Señor de Garrafort. Por oleadas, iban llegando y se situaban en las explanadas exteriores: soldados, caballeros, carros, máquinas de guerra. Como una vistosa manta de colores que se va tejiendo poco a poco, se levantaban al fondo, casi en las lindes del bosque, las tiendas de campaña del real, en tanto que en las faldas del castillo comenzaban a arremolinarse grupos de soldados que se instalaban en torno a las hogueras, dotando a la ya otoñal campiña de un poco frecuente aspecto de feria.

Iba ya a anochecer y por aquí y por allá se encendían las fogatas, se elevaban las humaredas. En lugar del acostumbrado silencio vespertino elevábase un sordo rumor de pisadas, voces, relinchos, el ruido de los aperos al ser descargados de los carros, de los martillazos al clavar las estacas para levantar las tiendas y rediles, de las órdenes secas de los sargentos.

- ¿No son peligrosos, Messire? –profirió el escudero, con preocupación en la mirada.

- No en este caso, Robert. Hoy vienen en son de paz. No quieren atacarnos, sencillamente están de paso hacia otras batallas diferentes… Garrafort me ha pedido licencia para acampar y avituallarse en mis tierras, y yo se lo he dado. ¡Nos interesa dárselo! –De Tréville permanecía serio- . No es plato de gusto, pero no nos conviene discutir. Esta noche, tendremos invitados a la mesa.

Los tres se inclinaron aún más sobre las almenas cuando vieron a un pequeño destacamento que abandonaba el real para dirigirse hacia el puente levadizo.

- ¡Y aquí están ya! Vamos, muchachos, es tiempo de darles la bienvenida.

En el patio de armas, De Tréville permaneció firme con las piernas en compás, los brazos cruzados y una sonrisa ambigua, mientras los recién llegados descabalgaban a su alrededor. Robert ayudó al cabecilla del grupo, un señor corpulento y barbudo, de aspecto algo salvaje y coraza polvorienta, a descender de su caballo. Marcel y Johan sostenían las antorchas para alumbrar el paso de la comitiva… Hubo saludos y cortesías, en un tono pretendidamente cordial. Los criados se llevaron los caballos a las cuadras: los recién llegados eran el Señor de Garrafort, su escudero, cuatro mandos de su ejército y un sacerdote gordinflón.

- ¡De Tréville, viejo zorro! –exclamó Garrafort, palmeándole fuertemente la espalda. El Conde vaciló ligeramente, aunque no cedió- . ¡No nos veíamos desde lo de Damiette!

- Celebro encontraros de nuevo, Garrafort.

Más tarde, en el Gran Salón, los dos nobles compartían la mesa de honor, comentando todo tipo de novedades.

- Entonces, ¿es inevitable? ¿Habrá levas forzosas? –preguntó De Tréville, ceñudo, examinando unos documentos que Garrafort le mostraba.

- Sí, y, como veis, el mismo Rey me ha dado carta blanca para requisar… recaudar todo lo necesario para la expedición. Él mismo se embarcaría, dijo, de no ser por la enfermedad de su esposa… Por todo el país se ofrecen misas por su pronta recuperación, ya sabéis. Pero… tsk, tsk, tsk –Garrafort movió la cabeza en sentido negativo- , la cosa pinta mal. ¡Muy mal! Por otra parte… ¡se os ha echado de menos en esta empresa, De Tréville!

- No soy partidario de semejantes empresas, como muy bien debeis de saber –contestó el Conde de forma evasiva, enrollando el pergamino y devolviéndoselo a su propietario- . De todas formas, bien pronto estaré al lado de Su Majestad. En un mes, parto para su castillo… a cumplir con mis tercenas, claro. Pondré a su disposición las tropas y los medios que necesite, pero –sonrió por lo bajo- sólo espero a que sea él mismo el que me las requiera.

Garrafort lo miró de forma poco amistosa.

Johan, que esa noche acompañaba al Conde, permanecía detrás de su silla, en pie, dispuesto a cumplir cualquier orden. Trataba de seguir la conversación, pero no entendía gran cosa y comenzaba a aburrirse… Las piernas le dolían después de todo una tarde de entrenamiento a caballo y, para evitar los calambres, empezó a balancearse y a saltar de uno a otro pie, esperando no llamar demasiado la atención sobre sí mismo. Mas el Conde se dio cuenta y, enarcando una ceja, le dirigió una sonrisa.

- ¿Va todo bien, muchacho? Anda, baja a las bodegas y pide que nos suban una buena jarra de la mejor cosecha.

Había vino de sobra en la mesa, pero el Conde sólo pretendía dar a Johan un pequeño respiro, la ocasión de moverse un poco y estirar las piernas. Claro que, si hubiese sabido el buen señor la de líos que iba a organizar con esta aparentemente pequeña licencia, tal vez no hubiese actuado de esa manera…
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MensajePublicado: 05/01/2018 13:09    Asunto: Fanfic Johanot "La noche más larga", 2 Responder citando

Johan no se hizo de rogar y bajó a saltos la escalera, feliz por aquel momento de desahogo. Llegó a las cocinas y pidió el vino, pero el tío Gilbert estaba de mal humor. Con la inesperada visita, tenían todos mucho trabajo: habían recibido a última hora el encargo de hornear pan para todo el campamento visitante y distribuir entre la soldadesca de Garrafort agua, vino y otros víveres. Así que Johan fue despachado, con un jarro, a servirse él mismo… Mas, en el momento en que alcanzó el recodo del pasillo desde el cual se llegaba a las bodegas, escuchó un llanto quejumbroso. No se veía a nadie por los alrededores.

- ¿Quién va?

Al final, Johan encontró a la chica que lloraba, medio oculta entre dos toneles vacíos. Se traba de Anne Marie, una de las sirvientas de las cocinas.

- ¡No tengas miedo, que soy yo, Johan… Johanot! ¿Qué es lo que ha pasado?

Anne Marie se cubría la cara con el delantal y, cuando consintió en mirarlo, Johan se dio cuenta, aun con la escasa luz de que disponían, de que en el rostro de la chica había señales de golpes. Le sangraban la nariz y el labio y tenía un ojo morado. Johan sintió que le hervía la sangre. ¿Quién había podido ser tan cobarde…?

- ¡Oh, el que haya hecho esto lo va a pagar muy caro! –exclamó- . ¡Espera a que el Conde lo sepa!

- ¡No, Johanot! –exclamó ella, tapando la boca del niño- . Él no debe saberlo… para nada. ¡Nadie debe enterarse!

Al reaccionar, Anne Marie había dejado caer su delantal. Johan se dio cuenta, con los ojos desorbitados, de que las ropas de la chica estaban desgarradas. Que a la altura del escote se veían contusiones, arañazos… y hasta las señales de un mordisco. Que del corpiño sólo quedaban jirones. Y que su falda… Ella siguió su mirada, se avergonzó, lo soltó y volvió a cubrirse, con un nuevo ataque de llanto.

- Han sido… ellos, los de ahí fuera –susurró Anne Marie, señalando el techo con el índice- . No podemos hacer nada.

- ¿Los soldados que llegaron esta tarde?

- Yo estaba… fuera del castillo cuando aparecieron los primeros, de no se sabe dónde. Eran una docena. No eran de los nuestros… -sollozó- . Traté de ponerme a cubierto, pero me atraparon y… ¡Oh, Johanot, fue horrible! Eran como animales, y estaban borrachos. Hicieron de mí un juguete hasta que se cansaron, luego me escabullí y entré como pude en el castillo, por la poterna de los lavaderos, y ahora… -un nuevo torrente de lágrimas y sollozos la acometió y volvió a enterrar el rostro en el delantal. Johan, impotente, la vio llorar…

A su mente vino el recuerdo de aquella otra ocasión, hacía ya mucho tiempo. Cuando, acostado en su jergón en las cocinas, había oido unos gritos de auxilio, y sollozos parecidos, y golpes y risotadas. Les había preguntado a sus tíos qué ocurría, pero ellos le habían obligado a callar y a volver a la cama. “No es nada a lo que tú debas prestar atención”, le habían dicho. Pero, al día siguiente… Johan se había enterado de lo que había ocurrido. Y que sí, que habría debido prestar atención, intervenir de alguna manera. En aquel momento no había entendido el porqué, por qué sus tíos, que eran indudablemente buenas personas, y el resto de los sirvientes, y el castillo en general, pasaban por encima de cosas como esa evitando hacer comentarios, darse por enterados incluso.

- Cuando ocurre algo así, es mejor tener la boca cerrada. Si están involucrados los de arriba… ¡Al final, siempre somos nosotros los que salimos perdiendo!

Johan, con el ceño fuertemente fruncido y los puños apretados, volvió a subir la escalera de cuatro en cuatro peldaños. En el Gran Salón, Garrafort continuaba dándole al Conde entusiastas explicaciones.

- …Y, desde ahí, si hay suerte y podemos tomar la plaza, viajaremos hasta ultramar. ¡Por cierto, aún no nos habeis dicho qué os parecen nuestras nuevas máquinas de guerra, De Tréville!

En ese momento hizo su entrada un pequeño torbellino iracundo. Johan se encaró directamente con el Señor de Garrafort ante la mirada atónita de todos, sobre todo del Conde.

- ¡Señor, vuestros soldados han cometido un acto malvado y cobarde! ¡Han atacado a una de nuestras criadas en las afueras del castillo, y ella ha podido salvarse apenas, y está llorando abajo en un estado lamentable, y tiene mucha sangre, y los que han hecho eso son unos canallas, y…

Se hizo un silencio absoluto, y De Tréville fulminó a Johan con la mirada.

- ¡Johan! ¿Estás loco? ¡Cierra la boca ahora mismo!
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MensajePublicado: 05/01/2018 13:13    Asunto: Fanfic Johanot "La noche más larga", 3 Responder citando

Garrafort miró a Johan, luego al Conde, luego de nuevo a Johan… y estalló en carcajadas.

- ¡Ja, ja, ja, demonio de crío! De Tréville, no me habíais dicho que teníais un nuevo bufón.

- ¡Menudo carácter! –dijo el clérigo, haciéndose cruces.

- Dadnos cinco como él, ganaremos esta guerra inmediatamente.

Los hombres de Garrafort corearon sus risas. Johan, humillado, sintió hervir su sangre aún más. Pero, ¿cómo era posible que no lo comprendieran, que nadie entendiera la gravedad del asunto…? El Conde, muy tenso, le hizo señas imperiosas a Johan para que se fuera, pero él las ignoró por completo. Dio un paso adelante y se enfrentó de nuevo con Garrafort.

- Señor, si encontrais divertido todo esto, es que realmente no sois un caballero.

- ¡JOHAN! –estalló el Conde, encolerizado.

De repente, cesaron las risas y todos callaron, ¡Ya no era divertido!

- ¡Johan, presenta tus disculpas ahora mismo y retírate! De todo esto hablaremos tú y yo luego, muy seriamente –dijo el Conde en tono glacial.

- ¡Eh! No, no es tan sencillo, De Tréville –interrumpió Garrafort, con tono de auténtico enojo- . ¡Este golfillo vuestro me ha insultado gravemente! ¡He sido insultado… en vuestra casa! ¡Exijo una reparación! ¡Un castigo ejemplar!

- ¿Es que un caballero no debe proteger, ante todo, a los desvalidos? – siguió Johan, erre que erre- . Y, ¿qué haceis vos? En lugar de castigar a los culpables de este abuso… ¡los protegeis! ¡Con vuestras risas y con vuestra indiferencia! –Johan frunció el ceño y volvió a apretar los puños- . ¡Esto no es justo! ¡Es una verdadera infamia! Castigadme si quereis, pero eso no hará más que agravar vuestra infamia. ¡Y no, no me voy a disculpar! ¡Aunque me arranquen la piel a tiras!

Algunas manos, de ambos bandos, se dirigieron a los pomos de las espadas. El Conde, rápidamente, hizo una señal con la cabeza a Robert, que atrapó a Johan y se lo llevó en volandas. Johan se resistía y trataba de defenderse a patadas, pero el escudero era mucho más fuerte… Robert lo arrastró a su habitación y lo empujó dentro, propinándole varios golpes de paso.

- ¡Serás idiota, renacuajo sarnoso! –aulló Robert- . ¿Es que no sabes lo que acabas de hacer? ¡Has metido al Señor Conde en un enredo de narices!

- ¡No, el Conde es un hombre justo! –dijo Johan entre sollozos, frotándose las partes doloridas- . Él lo comprenderá, y hará pagar a Garrafort y a sus hombres por lo que hicieron. El Conde… ¡sí es un caballero!

- ¡No entiendes nada, no tienes la menor idea! Aquí no importa quién tiene razón y quién no, quién es un caballero y quién no lo es. Esos señores son nuestros invitados y ahora el Conde tiene que reparar tu ofensa, porque han sido ofendidos en nuestra casa. Lo que hayan hecho unos soldados borrachos con una sirvienta… eso son palabras menores, idiota, eso no le importa a nadie. ¡Es cosa de todos los días!

- ¡Mentira!

- ¿Es que no has visto a sus huestes acampadas en torno al castillo? Son numerosos, están armados y listos para el combate, tienen catapultas, torretas, arietes… y sólo les falta una provocación, cabeza de chorlito. ¡Y esa provocación eres tú! ¿Qué te crees que pasaría si se decidieran a atacar ahora mismo? –chasqueó dos dedos- . Amigo, no duraríamos ni un Avemaría. ¡Así es como comienzan las guerras!

Johan sollozaba, incapaz de dar crédito a lo que estaba oyendo.

- ¡El Conde les haría morder el polvo! Él nunca ha sido derrotado por nadie…

- El Conde es un gran luchador, enano, pero ahora mismo está en inferioridad de condiciones. Para luchar, se preparan las guerras: se hacen levas, se piden refuerzos, se entrena a las mesnadas, se hace acopio… ¡No tenemos nada de eso, sólo nos queda esperar a ver qué se habla en el Gran Salón!

Y, con un último sopapo en la cabeza de Johan, Robert salió, cerrando la puerta tras él.

En el Gran Salón, la situación no estaba siendo nada halagüeña. El Conde de Tréville no dudaba de que lo que había dicho Johan era verdad. No le parecía aceptable en absoluto lo ocurrido con Anne Marie, pero en ese momento no era su mayor problema… El auténtico problema era ese Garrafort enfurecido, que posiblemente empleara el asunto como excusa para librar combate, invadir el castillo y tomar de él todo lo que quisiera para su expedición: armas, dinero, comida, siervos y animales. El Conde había participado en unas cuantas batallas y, lamentablemente, sabía que podía ocurrir así… ¡No, tenía que poner remedio a ese asunto como pudiera! No podía dejar que la cosa fuera a más.
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MensajePublicado: 05/01/2018 13:17    Asunto: Fanfic Johanot "La noche más larga", 4 Responder citando

- ¡Garrafort, Johan no es más que un niño! Un niño ingenuo que no sabe lo que está diciendo. Os suplico que no lo tomeis en serio y, en todo caso, si os ha ofendido, os pido perdón en su nombre. Yo os garantizo que será severamente castigado; ahora os ruego que olvideis el asunto y prosigamos la cena en paz.

Ahí hubiera tenido que quedar todo: con Garrafort aceptando las disculpas de De Tréville. ¿Merecidas…? En absoluto, mas eso hubiera evitado muchos males mayores. Pero Garrafort estaba muy enfadado, había corrido el vino y se dijeron cosas de más. No valió de nada la diplomacia.

- ¡De Tréville, parece mentira, os habeis vuelto un blando! –dijo Garrafort, con una sonrisa algo insolente- . ¿Es que os habeis olvidado ya de las campañas de Damiette?

- ¿Qué quereis decir? –preguntó De Tréville, con prevención en la voz.

- Quiero decir que allí se vieron… y se hicieron… cosas mucho peores que la de esta tarde –Garrafort levantó una ceja- . Y no sólo por parte de mis hombres. Y todos vimos y dejamos actuar, ¿verdad, De Tréville? Porque vos estabais ahí… como yo, y como todos.

De Tréville se sintió herido e insultado a la vez. Herido por el recuerdo, por la rememoración de las cosas horribles que habían ocurrido justo ante sus ojos, sin que él pudiera hacer nada. E insultado por las perversas insinuaciones de Garrafort, que lo involucraban en la barbarie… Levantó la copa y bebió lentamente, mientras escuchaba los comentarios maliciosos alrededor.

- ¡Total, tanto jaleo por una sierva!

- Como si la cosa no les gustara a ellas también, al fin y al cabo…

- ¡Gemiría como una perra, es como si la estuviera oyendo!

- En todo caso, Garrafort –dejó caer De Tréville al bajar de nuevo su copa, echándole una mirada de soslayo- , si no recuerdo mal, cuando me pedisteis licencia para sentar vuestros reales en mis terrenos acordamos que habría una condición: nada de pillaje, ni abusos sobre mis siervos, ni violaciones de ningún tipo. Se os daría todo lo necesario, sí, pero en ningún modo podríais tomaros este tipo de libertades. ¡Bien, veo que habeis roto vuestra promesa! Y tal vez…

“…tal vez el pequeño Johan no esté tan equivocado como me interesa dar a entender”, pensó De Tréville. Garrafort saltó de su silla, como picado por un escorpión, y dejó caer un guante sobre el suelo.

- ¡Voto a bríos! ¿Me estais acusando, De Tréville?

- ¿Y por qué no? ¿Quién, al final, es el responsable último del comportamiento de sus soldados, aunque estén borrachos? –De Tréville volvió a beber.

- ¡Esto es una gran ofensa! ¡Exijo una reparación en el campo del honor!

En ese momento, Robert volvía a entrar en la sala, y se percató de lo que estaba ocurriendo.

- Si no hay más remedio… –concedió De Tréville- . Nos mediremos, vos y yo, en combate singular en cuanto despunte el día; eso lo decidirá todo.

No estaba nervioso: era un buen luchador, y hasta el momento no había perdido ninguno de sus combates. ¡No en vano se había ganado el sobrenombre de “El Invencible”! Pero también Garrafort conocía este punto, y decidió cambiar de táctica.

- No hará falta tal cosa –dejó caer- . Me conformo con poco: quiero la cabeza del mocoso que me insultó, en mi tienda, y teneis de plazo hasta el amanecer. Si no… serán mis huestes las que tengan que pasar a la acción contra vos. Y os lo recuerdo, De Tréville, siempre hemos luchado en el mismo bando. ¡No hagais que la cosa cambie! Pero, por Dios… -se llevó las manos a la cabeza- ¡que estamos hablando de unos vulgares siervos de la gleba! Una criada, un paje que no levanta dos palmos del suelo… ¿Cómo podeis dejar que semejantes menudencias se interpongan de esa forma en nuestras relaciones?

En el Gran Salón, la tensión se había vuelto insoportable, se podía cortar con un cuchillo. Nadie osaba ahora hablar. Garrafort dio un último trago y posó su copa en la mesa con un gran golpe, se levantó dignamente, se ciñó la espada y se dirigió a la puerta.

- Hasta el amanecer, De Tréville. ¡Ya sabeis dónde encontrarme!

Con una última mirada desafiante, abandonó el salón seguido de sus hombres.

- ¿No lo deteneis, Messire? –Stephane se había acercado discretamente a De Tréville- . Todavía estamos a tiempo.

- ¡No, Stephane, es preciso dejarlo ir! Retenerlo sólo empeoraría las cosas.

- Podríais usarlo como rehén –susurró Robert a su vez.

- Sería arriesgado, son demasiado numerosos. ¡Esta vez, podría decirse que nos hemos metido nosotros solitos en la boca del lobo!

- ¡Y todo por culpa de ese maldito niño! –exclamó, furioso, el escudero- .

- Por cierto, ¿dónde está? –preguntó De Tréville, malhumorado, disponiéndose a salir a su vez- . Todavía tengo que ajustar cuentas con él.

- Lo he dejado encerrado en nuestras dependencias, Messire.

- Bien, condúcelo a mis aposentos. Ah, y cuando yo me vaya, procura que no salga de allí… ¡por su propia seguridad, más bien!

No se le escapaba que sus vasallos estaban muy nerviosos con el giro de los acontecimientos, y más de uno hubiera tenido ganas de darle a Johan una soberana lección. Y con todos los motivos, suspiró el Conde. Pero ahora… había cosas mucho más urgentes.
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MensajePublicado: 05/01/2018 13:21    Asunto: Fanfic Johanot "La noche más larga", 5 Responder citando

- ¡Estás listo! –le dijo Robert a Johan, cuando fue a buscarlo- . Ahora todo el mundo quiere tu piel… ¿sabes que, por culpa de tu maldita estupidez, va a haber batalla?

- ¿QUÉÉÉ?

- Pues eso, que Garrafort se ha ido muy indignado diciendo que exige una reparación. Que quería tu cabeza en su tienda antes del amanecer, o tomaría el castillo. El Conde va a tratar de solucionarlo todo luchando con él, pero no doy un ardite por el resultado, hay soldados enemigos por todas partes… ¡Sea cual sea el resultado, habrá pelea! ¡Y muertes! ¡De uno y otro bando! –Robert se recreaba en el espanto que veía crecer en los ojos del niño, y hay que decir que, esta vez, no exageraba demasiado, estaba bastante en lo cierto- . ¡Será tu culpa, maldito mocoso imbécil, por no saber cerrar la boca a tiempo! Y el Señor Conde… buuuf, está que echa chispas. ¡No quisiera yo estar en tu pellejo esta noche!

Johan entró en los aposentos del Conde mientras éste se preparaba para abandonar el castillo. No habíais visto nunca a un Johan más triste y preocupado.

- Aquí estoy, Messire –musitó, con un hilo de voz.

- ¡Acércate! –el Conde le habló sin mirarlo, con voz fría - . En fin, ya te habrás enterado de que nos has metido a todos en un gran brete…

Johan cerró los ojos. Hasta el último instante había rogado por que no, por que no fuese más que otra de las crueles bromas que Robert le gastaba a fin de hacerlo sentir mal, y que realmente no se hubiesen desbordado hasta ese punto las aguas del río. Pero la actitud del Conde hablaba por sí misma… Johan percibía su tremendo enojo y los esfuerzos que estaba haciendo para no salirse de sus casillas. Casi hubiese preferido que De Tréville estallara en seguida, que le gritase y le golpease sin piedad.

- ¿Es verdad… es verdad que va a haber batalla? ¿Por mi culpa? ¿Que va a haber muertes?

De Tréville se dio la vuelta y lo miró gravemente. Johan presentaba en ese momento un aspecto tan desolado que no pudo evitar sentir cierta piedad. Se inclinó hacia él.

- ¡Es cierto, Johan, no te voy a mentir! De todo eso se ha hablado.

- Pero… ¡pero no es justo! –masculló el niño- . Han sido ellos los que han actuado mal, no nosotros. De haber algun ofendido, alguien que merezca recibir una reparación, sería Anne Marie… esto es, nosotros. ¡Vos!

- Sí, Johan, pero… ¿cómo explicarte? Muchas veces no todo es justo; de hecho, no siempre quien tiene razón lleva las de ganar. Y normalmente hay que actuar, en cuestiones de gobierno, con una cierta mano izquierda… ¡Postura hipócrita, sin duda, pero así es! Mas… -suspiró, cabeceando- , ¿cómo espero que lo entiendas? Sólo eres un niño.

- ¡Os pido perdón, Messire! Yo nunca quise perjudicaros.

- ¡Ya lo sé! Tus intenciones eran buenas. De todas formas… las intenciones solas no bastan, ¿sabes? ¡En fin, ahora tenemos un buen lío que solucionar!

- ¿Podrá arreglarse?

- Confío en ello –sonrió De Tréville, pero su sonrisa era poco convincente.

- Robert dice… que os medireis con ese señor en combate singular.

- Sí, eso es lo que voy a intentar. Primero volveré a ofrecerle reparaciones, alguna compensación material incluso; mas si no las acepta…

- ¿Y si lo que quiere, realmente, es tomar el castillo?

- En ese caso, tendremos que hacernos a la idea: ¡habrá batalla!

- ¡No vayais, Messire! –suplicó Johan- . Podría haceros su prisionero con facilidad, si entrais en su campamento. ¡Sería como meteros en la boca del lobo!

- ¡No veo otra solución! –replicó De Tréville- . Es mi responsabilidad, ¿sabes? Tengo que proteger a mi gente con los medios de los que dispongo.

- ¡Yo sí que veo otra solución! –exclamó Johan.

- Ah, ¿sí? –preguntó De Tréville de forma maquinal, mientras escogía una de sus espadas del arcón, sopesándola en el aire.

- Claro… ¡Podeis llevarle mi cabeza! –exclamó Johan, repentinamente envalentonado.

Durante unos instantes, ambos guardaron silencio. De Tréville miró al niño. No, aquello no era ninguna broma… Había dejado de lloriquear y se erguía con el semblante muy serio, con la mirada solemne de un adulto. “¡Étienne!”, no pudo menos que pensar, dolorosamente, De Tréville.

- ¿Tu… cabeza?

- Robert me dijo que Garrafort pidió mi cabeza como condición para que no hubiera batalla –contestó Johan- . ¡Bien, tengo la culpa de todo! Si hay batalla habrá muertos, gente a la que conozco: mis tíos, soldados de este castillo, los padres de Anne Marie tal vez… Si presentais combate singular, podeis perder la vida vos… ¡No puedo permitir eso! –un par de lágrimas se le escaparon y rodaron por sus mejillas- . La solución es tan simple como que le lleveis mi cabeza, y todo estará arreglado.

- O sea, que me estás pidiendo que te decapite, nada menos –De Tréville parpadeó, sin acabar de salir de su estupor- . ¡Que te quite la vida!

- Sí, porque así se salvarán muchas otras…

- Johan, querido muchacho, no creo que sepas bien lo que estás diciendo -musitó el Conde, enternecido, hincando una rodilla para ponerse a su altura. Pero Johan tenía una expresión de terrible determinación.

- ¡Sois buen espada, no me dolerá! –contestó el niño, desviando la mirada- . Y… si vos teneis vuestra responsabilidad, yo también tengo la mía. No podría vivir si otras personas murieran por mi culpa… ¡No, no permitiré que nadie muera por mi culpa! –exclamó, de forma decidida- . Por favor, Señor Conde, hacedlo pronto, quiero que todo este asunto se termine ya.

El Conde lo estudió detenidamente. Por Dios, aquello era ridículo. ¿Cómo podía pensar Johan, remotamente siquiera, que él sería capaz de sacrificar a un niño, de sacrificarlo a él, aunque fuese por el bien común? Como en un eco, volvió a oir en su cabeza aquella lejana discusión que había tenido con Étienne… “Todo vale por un bien superior”, había dicho él mismo.

Johan se había vuelto de espaldas, buscando algo con los ojos. De improviso echó una carrerilla y cogió un objeto que se veía en una esquina del cuarto. Era un cesto de mimbre de tamaño regular, con tapa, que se usaba para depositar la ropa sucia.

- Podeis… hacerlo ahora mismo, y llevársela aquí –insistió Johan- . Y nadie tendría que enterarse.

- ¡Está bien, hijo! –suspiró De Tréville- . Si esa es tu decisión… supongo que tendré que respetarla. ¡Por el bien de todos!

Johan lo miró sin parpadear.

De Tréville desenvainó su espada y la hizo zumbar en el aire. Estaba lo suficientemente afilada. Johan, comprendiendo, se persignó rápidamente y se inclinó sobre el cesto. Al darse cuenta de lo que se avecinaba, se había puesto a temblar violentamente sin poder evitarlo… “Es por todas esas vidas inocentes. Voy a ser un héroe”, se dijo. “¡Santa Madre de Dios, acoged mi alma! ¡Divino San Juan, haced que tenga valor…!” Y luego: “El Conde es un gran espadachín, lo hará rápido y ni me enteraré. Voy a caer dormido, como en un sueño, y después… despertaré en brazos de mi madre, estaré con mis padres y los conoceré al fin… y ya nunca más me separaré de ellos”.

Respiró hondo, estiró completamente el cuello y se abandonó.

Unos instantes más tarde, Johan, en vista de que nada parecía ocurrir, se atrevió a abrir un ojo… y el otro. De Tréville ya no estaba a su lado. Se había apartado y veíasele de espaldas, cerca de la ventana, aparentemente estremecido por múltiples espasmos que trataba sin éxito de contener. ¿Reía? ¿Lloraba? Johan frunció el ceño.

- ¡Messire De Tréville! –exclamó, casi con reproche.

El Conde se volvió, no sin haberse enjugado antes un par de lágrimas.

- Ay, Johan, debería enfadarme contigo, pero me es imposible. ¡Tú siempre me obsequias con estos momentos impagables! –musitó, con dificultad - . Pero… criatura, ¿de verdad creías que yo sería capaz de cortarte la cabeza?

- Supongo que… ¡no! –dejó caer los hombros Johan, de repente tan desalentado como aliviado. Se asestó un puñetazo en la palma de la mano- . ¡Maldita sea, esto nos deja de nuevo en el punto de partida!
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MensajePublicado: 05/01/2018 13:24    Asunto: Fanfic Johanot "La noche más larga", 6 Responder citando

- ¡No se hable más, ya estamos tardando! –el Conde terminó de ceñirse la espada- . Anda, buena pieza, alcánzame mi capa y mis espuelas. ¡La cosa será como habíamos hablado! Parto sin demora a su campamento, y confío en evitar una confrontación.

- ¿Puedo ir? –exclamó Johan, mientras hacía rápidamente lo que se le había ordenado.

- ¡En absoluto! –la expresión del Conde volvió a ser severa- . Es más, tienes que prometerme una cosa: no cruzarás esta puerta, la de mis aposentos, esta noche. ¡Para nada! Verás… Ahora mismo, digamos que has caido un poco… en desgracia, para el resto de los habitantes del castillo –De Tréville se inclinó y le revolvió el cabello cariñosamente- . Has tenido un gesto muy noble, Johan, muy generoso y muy valiente, y de todo corazón te perdono. Pero el resto del castillo, eso, no lo sabe… ¡Alguien podría querer hacerte daño! En fin, ya veremos lo que ocurre mañana. ¿Has tenido miedo?

- Un poco –confesó el niño. El Conde se llevó un dedo a la nariz.

- Lo sospechaba, por eso que ha pasado con tus calzas.

- ¡OOOOOH! ¡Perdón! –Johan se sonrojó hasta extremos indecibles, dándose cuenta por primera vez del desastre. De Tréville echó la cabeza hacia atrás y lanzó una carcajada.

- ¡Ja, ja, ja! No te preocupes, hijo, peores cosas he tenido que presenciar en el campo de batalla. Cuando seas mayor, si alguna vez entras en combate, tendrás ocasión de ver a dignísimos caballeros, hombretones hechos y derechos, mucho más aguerridos que tú… cagarse y mearse, literalmente, sobre la silla de su cabalgadura. ¡No, en serio, has sido muy valiente! Jamás había visto tanta sangre fría en un chico tan joven. ¡En fin, Johan, tengo que irme! Insisto, espérame aquí. No cruzarás esta puerta… ¡Prométemelo!

- Lo prometo: no cruzaré esa puerta para seguiros –Johan levantó una mano y se llevó la otra al corazón, aunque de muy mala gana.

De Tréville abandonó la estancia. Johan contempló la imagen altiva, que avanzaba a grandes pasos. En el último momento, justo antes de desaparecer de su vista, De Tréville se volvió hacia él.

- Por cierto… ¿en qué pensabas, cuando esperabas a que descargara yo el golpe? –le preguntó, inquisitivo- . Estabas tan asustado… y luego, de repente, me dio la impresión de que te sobrevenía una gran paz.

- En nada. Yo… simplemente, rezaba –contestó Johan, azorado.

El Conde se fue, cerrando la puerta tras él. Johan maldijo para sus adentros, quitándose las calzas a tirones. ¡Menudo ridículo había hecho! Se limpió como pudo y dejó su ropa sucia dentro del cesto. Luego, de repente, lo invadió de nuevo toda la inquietud anterior y se precipitó a la ventana. Vio al Conde de Tréville, solo, que abandonaba el castillo a caballo, a la luz de los hachones, mientras los soldados y gran parte de los habitantes del castillo, allí reunidos, lo contemplaban gravemente. El silencio era sepulcral, y en cuanto el puente hubo subido de nuevo, oyéronse numerosos suspiros, cuchicheos y hasta lamentos…

Johan abrió un arcón que, bien lo sabía él, contenía ropa vieja del Conde; la Condesa Madre jamás tiraba nada. Rebuscó, tratando de encontrar unas calzas que le fuesen bien. Pero nada le servía… Al final se contentó con estirar el borde de su jubón todo lo que pudo, en la esperanza de ocultar su desnudez lo más posible. En realidad, no estaba pensando mucho en lo que hacía, más bien tenía en mente lo que estaría ocurriendo más allá de las murallas del castillo. Aquella imagen del Conde partiendo solo hacia un destino tan incierto…

De pronto, reparó en algo. Sus ojos se iluminaron con una nueva idea. ¡Oh, aquella podía ser la solución! Sí, mas para eso… tenía que seguir a De Tréville, no le quedaba más remedio. Pero… ¿cómo? Él le había hecho prometer, solemnemente, que no cruzaría la puerta para seguirle, y ya había tenido sobradas ocasiones para aprender, de la mano del mismísimo Conde, que las promesas había que cumplirlas… “La ventana”, se dijo entonces. Volvió a asomarse a ella. Tres pisos hasta el patio de armas, la cosa no le parecía demasiado difícil. Podía hacer una escala rápidamente, usando la ropa vieja del arcón. Sí, pero… ¿y la multitud que se veía abajo, en el patio?

- ¡Tengo que crear una distracción! –se dijo. Cogió lo primero que tenía a mano, que era una copa de peltre, y la arrojó por la ventana. Cayó a los pies de la torre del homenaje; algunos guardias acudieron a ver de qué se trataba, pero el resto de la gente no se movió. “¡Eh, los de arriba, más cuidado con lo que se os cae!”, oyó gritar.

Entonces, Johan tuvo otra idea genial. Años más tarde confesaría que se avergonzaba profundamente por haber concebido una estratagema tan malévola, aunque el caso es que le había dado resultado. Corrió al anaquel en donde el Conde aún guardaba el que había sido su juguete favorito, esto es, la pequeña catapulta, y la colocó en el alféizar de la ventana. Luego vació el maloliente contenido del cesto de la ropa sucia en la cuchara de la catapulta, apuntó cuidadosamente y…

El estridente grito femenino rasgó el aire, y todos los que en ese momento estaban en el patio corrieron a socorrer a la madre del Conde, que había recibido sobre ella todo el proyectil. Johan no tuvo tiempo de celebrar el éxito: saltó como una liebre hacia el exterior, llevándose con él el extremo suelto de la escala recién confeccionada y, tratando de atraer sobre sí la menor atención posible, descendió con agilidad hacia el patio. La suerte le sonreía, todo el mundo estaba justo en el lado opuesto, junto al portón, en donde la Condesa Madre yacía casi desmayada. Johan rodeó la torre del homenaje como una rata, se deslizó hacia el patio trasero y entró en los sótanos por un respiradero que conocía muy bien. Desde allí hizo el camino hacia el exterior usando un túnel de ventilación. Afortunadamente, no fue visto por nadie…

¡Lástima, no tener un caballo! Menos mal que el real de los de Garrafort no estaba tan lejos. Johan corrió y corrió… Sorprendentemente, no tuvo el menor problema atravesando el campamento enemigo: los soldados no le prestaron especial atención, pues durante toda la tarde habían estado entrando y saliendo del castillo un montón de chicuelos como él, que se paseaban por el campamento para distribuir las hogazas y los toneles que les enviaba De Tréville.

- ¡Eh, tú, arrapiezo! ¡Ven acá!

A Johan casi se le para el corazón, pero los soldados que lo habían llamado no tenían aspecto hostil. Le hacían señas esgrimiendo un cesto vacío.

- Toma, llévatelo de vuelta a las cocinas y diles que nos lo vuelvan a llenar.

- ¡Eso, y a ver si se estiran un poco y, en vez de tanto pan y salchichón seco, nos meten unos buenos trozos de carne asada…!

Johan asintió, con la más exquisita de sus sonrisas, y continuó su camino con el cesto al brazo, muy en su nuevo papel. Así llegó a las lindes del bosquecillo.
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MensajePublicado: 05/01/2018 13:28    Asunto: Fanfic Johanot "La noche más larga", 7 Responder citando

La tienda de Garrafort era la más amplia y lujosa de todas, y estaba situada en medio del real. Allí se encontraban en esos momentos De Tréville y él, en medio de una acalorada discusión.

- ¡Vamos, Garrafort, sed razonable! –repetía De Tréville por enésima vez- . Sólo se ha tratado de una simple chiquillada… ¡Dadle el crédito justo que ello merece, y no saqueis las cosas más de quicio!

- ¡De Tréville, vos sois un caballero! Estareis de acuerdo conmigo en que se han dicho, durante mi estancia en vuestro castillo, cosas muy graves contra mi persona; y si vos no le dais la importancia necesaria, eso quiere decir que comulgais con la opinión de ese perillán…

- ¡Ya os lo he dicho, Johan es un niño de diez años! ¡No podeis iniciar una confrontación bélica a cuenta de lo que opina un niño!

- ¡Vamos, vamos, mi buen Conde! Vos mismo dijisteis, hace apenas un rato, que un señor debe hacerse responsable de los actos de sus soldados, aunque estén borrachos. ¿Por qué no haceros vos responsable de las palabras de vuestro paje, aunque sólo sea un chicuelo?

- A todo esto, no hemos hablado aún de lo que ha ocurrido con mi criada…

- ¡Monsergas! Ya oisteis antes las declaraciones de mis sargentos, de que todo eso era mentira y tan sólo una invención del rapaz… ¡No hemos roto ninguna condición, De Tréville, y si así lo afirmais, es que cometeis calumnia…! Lo cual me da derecho a defender mi honor, aunque sea por las armas.

De Tréville resopló. Hacía ya un buen rato que se habían confirmado sus sospechas: había caido en una trampa. Garrafort no era más que un camorrista con ganas de armar camorra, que había acudido a su castillo con la nada sana intención, desde primera hora, de generar un conflicto que justificara un ataque. De no haber sido las palabras de Johan, hubiera podido ser cualquier otra cosa, cualquier género de desacuerdo surgido durante la conversación.

- ¡Está bien, como gusteis! –cedió De Tréville- . No perdamos más tiempo en discusiones estériles y argumentaciones idiotas. ¡Decidme ya lo que quereis de mí, y procedamos rápido!

Garrafort sonrió para sus adentros y escanció vino en dos copas.

- ¡No me trateis así, De Tréville! –dijo, zumbonamente- . ¡Eso es insultante! Ya os he tenido que recordar varias veces, en esta noche, que siempre hemos luchado en el mismo bando… y me gustaría que siguiera siendo así. Nada de enemistades entre caballeros cristianos, ¿no era ese el pacto? Y, ya que teneis la ocasión, podríais demostrarme vuestra buena voluntad, por ejemplo colaborando un poquitín en la empresa de la que os he hablado antes…

- En definitiva, que quereis mi ayuda para vuestra guerra –atajó De Tréville, con un gesto despectivo de su mano- . ¡Venga, reconocedlo, eso era todo y a eso habeis venido! ¿Qué se supone que debo aportar? ¿Huestes? ¿Dinero? ¿Caballos de mis cuadras?

- ¡Oh, esto suena como si se tratase de un atraco a mano armada! –exclamó Garrafort, tendiéndole una copa- . ¡Qué poco elegante por vuestra parte! Pero no es mala idea. Hablemos un poco de ese tema de los caballos. Había pensado que podíamos llegar a un acuerdo, en cuanto que…

En ese momento, se oyó un pequeño barullo en el exterior, y uno de los soldados que custodiaban el real apareció en la puerta. De Tréville se palmeó el rostro con un gemido: el guardia traía a Johan asido por el cuello, aunque el niño parecía venir de muy buen grado y por su propio pie.

- ¡Messire Garrafort, este rapazuelo pregunta por vos! No quería interrumpiros, pero insiste en que tiene algo que os pertenece –dijo el soldado, con cierta diversión en la voz.

- Oh, ¿sí? ¿De veras? ¡Hazlo pasar! –Garrafort soltó una carcajada- . ¡Tiene arrestos, el perillán! Veremos lo que tiene que decirnos ahora. ¿Es cosa vuestra este golpe de efecto, De Tréville?

- En absoluto, no sabía nada –contestó el Conde con tono gélido. Y en seguida le dirigió a Johan una mirada intensa que sólo podía interpretarse de un modo: “si no te mata Garrafort, te mataré yo”.

- ¡Disculpadme si os interrumpo, mis señores! –dijo Johan, con voz insegura- . Es que… es que estaba pensando en que no tiene sentido que sigais con la disputa, ya que yo estoy aquí.

Los dos hombres se quedaron sin saber qué decir.

- ¿Tú estás aquí?

- Eso ya lo vemos. ¿Y qué?

- Es que… es lo que había dicho Messire Garrafort, ¿no? La condición que él mismo puso para darse por satisfecho. Y ya se ha cumplido, puesto que yo estoy aquí.

De Tréville levantó una ceja. Empezaba a comprender… “No, pero no puede ser”, pensó, “Garrafort no se va a dejar engatusar hasta ese punto”. No obstante, no pudo evitar esbozar una sonrisa, más para sí que para los demás. “¡Qué niño éste! Está claro que es bien cierto: todos los Edelhart están locos de remate”.

Johan miraba a uno y a otro, alternativamente, con una expresión cada vez más decidida. Garrafort hizo un gesto de apremio con la mano.

- ¡Vamos, vamos, muchacho, no nos hagas perder el tiempo! ¿Qué es eso tan importante que tenías, que dices que me pertenece?

- Pues… ¡yo mismo! –dijo, sencillamente, Johan, abriendo los brazos.

- ¿Tú? ¿Y para qué porras estaría yo interesado en un ganapán como tú?

- ¡No lo sé! –Johan se encogió de hombros- . Pero fuisteis vos mismo quien me solicitó, según creo… Si no me lo han contado mal, dijisteis que…

- ¡No, Johan! –interrumpió el Conde- . Sé lo que intentas, pero no lo consentiré.

Instintivamente, echó mano al pomo de su espada. “Si Johan cree que voy a permitir que Garrafort haga con él lo que de ninguna manera quise hacer yo hace un rato…”

- … según parece, y que Messire De Tréville me corrija si estoy equivocado, vos dijisteis que queríais mi cabeza en vuestra tienda antes del amanecer, para daros por satisfecho; y que de no hacerse así, enviaríais vuestras tropas a atacar el castillo –dijo Johan, lentamente, escogiendo muy bien sus palabras- . Pues bien, aquí está mi cabeza –se tocó el pelo con el dedo índice- , ésta es vuestra tienda y para el amanecer falta aún… según creo… ¡bien, casi toda la noche!

- ¡Es muy cierto, así es! –dijo el Conde, a medio camino entre la risa y la seriedad- . Eso es exactamente lo que dijisteis, Garrafort, y había no pocos testigos en ese momento.

Garrafort miraba a Johan con interés.

- ¡Lo dicho, los tiene bien puestos el chaval! ¿Quieres decirme que has venido tú, voluntariamente, a entregarte para que te ajusticie?

- ¡De eso nada, Garrafort! –advirtió De Tréville- . Él ya lo ha intentado antes, pero, como os he dicho, de ninguna manera lo consentiré –y el Conde refirió en pocas palabras lo que había ocurrido en sus aposentos. Garrafort movió la cabeza, incrédulo.

- Luego –prosiguió Johan- , cuando el Señor Conde se hubo marchado, vine a caer en que no me hacía falta morir para cumplir vuestros deseos. Vos pedisteis mi cabeza, sí, pero nunca especificasteis que ésta tuviera que estar separada de mi cuerpo… ni éste sin vida. Vamos, si os parais a pensar… ¡puedo ser mucho más útil así como estoy!

Garrafort lo miró de hito en hito, incrédulo… y se agarró los costados con ambas manos antes de estallar en una estruendosa carcajada.

- ¡Demonio de chico! –profirió Garrafort- . ¡Menuda ocurrencia! De Tréville, este niño es un histrión magnífico. Tiene auténtica madera. ¿Por qué no me lo cedeis? Estoy seguro de que tendría mucho éxito entre mis soldados, nos lo pasaríamos estupendamente con él.

Johan sintió un escalofrío. ¡Desde luego que había calculado esa posibilidad, la de que Garrafort quisiera llevárselo con él, antes de entregarse! Pero… honestamente, en su fuero interno había confiado en que no sería así, que el noble se conformaría con reconocer que sí, que esas habían sido sus palabras y que no podía volverse atrás, y entonces él presentaría sus excusas, y De Tréville le daría en todo caso una buena zurra de desagravio, y así acabaría todo.

- Yo… haré lo que disponga Messire De Tréville, que es mi señor legítimo –musitó Johan, tragando saliva- . ¡Si él decide que me vaya con vos, así será! Por otra parte, no sé lo que es un histrión. Si alguien tiene la bondad de explicármelo…

Nuevas risas. De Tréville, más relajado aunque aún en guardia, soltó el pomo de su espada.

- ¡Haremos una cosa, Garrafort! –dijo, con una curiosa sonrisa- . No puedo cederos a Johan así como así, aunque, ya que ha sido suya la iniciativa de venir a ponerse a vuestra disposición, tampoco os lo voy a negar. Os propongo que sea el azar quien lo decida: jugaremos vos y yo una partida de ajedrez. El vencedor se queda con el muchacho, ¿qué os parece?
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MensajePublicado: 05/01/2018 13:34    Asunto: Fanfic Johanot "La noche más larga", 8 Responder citando

Johan estaba atónito. Sintió crecer en su interior una irritación profunda, como cada vez que alguien lo trataba como si fuese un mero objeto de su pertenencia y no una persona con entidad propia. Por otra parte… ¿no se trataría, sencillamente, de un ardid del Conde? De sobras conocía Johan su pericia en el juego de ajedrez, la maestría con la que planeaba cuidadosamente todas y cada una de sus estrategias, y, por ese lado, estaba tranquilo. No, el bruto de Garrafort no podría vencer nunca a De Tréville… Garrafort, por su parte, pareció estar conforme con la idea, sus últimos días habían sido monótonos y no desdeñaba un poco de diversión. Pero, eso sí, él también pondría sus condiciones…

- De acuerdo, De Tréville, aunque tengo que deciros que no tengo aquí ningun tablero. Sí una buena baraja de cartas… ¿qué decís?

- ¡Yo puedo ir corriendo al castillo a buscar un juego de ajedrez! –se prestó Johan, alarmado.

- ¡Oh, no hace falta! –dijo el Conde- . Por mí está bien, jugaremos a las cartas. Mientras tanto… hablemos de esos caballos, Garrafort, si os place.

- Sí, y… ¡Gherlain! –llamó Garrafort, a voces. Su escudero apareció en la puerta de la tienda. Garrafort señaló a Johan- . ¿No tenemos en la tropa a algún chico de la estatura de éste, más o menos? Por el amor de Dios, que le consigan unos calzones de una vez. ¡Estoy cansado del espectáculo!

- ¡El especta… culo! –De Tréville rió a carcajadas de su propia ocurrencia, y Johan elevó los ojos al cielo. Por un momento, deseó que el ganador del lance fuese Garrafort, y así no tendría que volver a oir en su vida tantos chistes malos.

- Creo que hay un par de tambores que se le parecen –contestó Gherlain, disimulando su desconcierto a duras penas- . Iré a ver si tienen ropa de repuesto que prestarle.

- ¡Eso, y si no, les arrancas los calzones que lleven y me los traes aquí! –dijo Garrafort en tono feroz, disponiendo dos sillas plegables en torno a la mesita de campaña. Sacó un mazo de cartas muy sobadas de su arcón y las barajó con maestría, haciéndolas volar de una mano a la otra. Johan volvió a sudar frío. Garrafort repartió los naipes…

Gherlain volvió con un par de calzas grises, algo ajadas pero limpias, que Johan se puso rápidamente. Mientras tanto, la partida había comenzado y los dos nobles daban y robaban cartas con parsimonia, mientras se servían buenos tragos de vino. Johan se acercó, sin saber qué otra cosa hacer, y volvió a llenarles diligentemente las copas. Era mejor estar ocupado en algo, se dijo, a fin de no pensar demasiado en lo que le esperaba… Mientras aguardaba con el jarro en las manos se dedicó a contemplar todo lo que le rodeaba. Jamás había estado dentro de una tienda de campaña y le sorprendía el confort que podía conseguirse en tan reducido espacio: el camastro con las pieles, el brasero, las panoplias, los candelabros de pie que procuraban la iluminación necesaria… Johan deambuló por el recinto, examinándolo todo y haciendo comentarios admirativos a cada paso, mientras el Conde y Garrafort departían en voz baja.

- ¡Toma, hijo, bebe un poco tú también! –le dijo de improviso el Conde, tendiéndole su copa.

- No, Messire, muchas gracias… -Johan negó con la cabeza, recordando su primera y desgraciada experiencia con el vino y dándose cuenta de que tenía el estómago completamente vacío. Pero De Tréville le dirigió una mirada de advertencia; el niño se apresuró a apurar la copa, que por suerte no estaba demasiado llena.

Poco después Johan dormía como un lirón, hecho un ovillo sobre un fardo de ropa, con una amplia sonrisa y las mejillas arreboladas.

- ¡Por fin! –musitó el Conde, levantándose para cubrirlo con su capa- . Agradezco tus desvelos, Johan, pero… no necesito que me ayuden de esta manera. Y, mucho menos, haciendo trampas.

- ¡Debo reconocer que ha tenido su gracia! –dijo Garrafort- . Os estaba indicando cuáles eran mis cartas mientras fingía examinar los objetos de la tienda a mis espaldas, ¿no?

- Así es… Las panoplias eran las espadas, la vajilla las copas, los cofres los oros y el mobiliario de madera eran los bastos. Y, cada vez que se acercaba a uno de ellos, me señalaba el número con los dedos… ¡No está mal la estratagema! Pero voy a tener que enseñarle a hacer eso de forma menos burda, menos evidente -cabeceó- . En fin, Garrafort, volvamos a lo nuestro. No es necesario ni que terminemos la partida, está bien claro quién gana y quién pierde aquí.

- ¡Claro está! –dijo Garrafort, burlón- . Y no os felicito, De Tréville. Sois el mejor con el mandoble, qué duda cabe, pero con la baraja sois un auténtico desastre… ¡En fin! Mío es el chico, y tengo que decir que no me desagrada en absoluto. Se le ve listo, valeroso y, sobre todo… fiel. Con un poco de paciencia, y también de mano dura, haremos de él un guerrero excelente.

De Tréville volvió a juntar sus cartas en el mazo y lo depositó en el centro de la mesa.

- Ahora retomemos las negociaciones, Garrafort, ya que habeis conseguido en buena lid lo que deseabais -suspiró- . ¡Mucho voy a echar de menos a Johan, mas confío en que lo tratareis bien y que hareis de él un buen soldado, un hombre hecho y derecho!

- Lo teneis en gran aprecio, ¿eh? –dijo Garrafort, guardando la baraja en el arcón y sirviéndose otra copa de vino. Se sentía enardecido por el hecho de tener a De Tréville, aparentemente, bajo su control, de haberlo sometido hasta ese punto- . ¡Eso se ve a la legua! ¿De quién se trata? ¿Está el chico emparentado con vos de alguna manera…?

- ¡No, sólo es el sobrino de uno de mis cocineros! –dijo De Tréville- . Pero me ha servido bien, y he terminado cogiéndole cariño. Por eso lo llevé a las cámaras altas y lo hice mi paje.

Parecía realmente apenado. Garrafort decidió jugar también esa baza, y se frotó las manos.

- Entonces, De Tréville, supongo que no os parecerá mal lo que voy a proponeros a continuación: no veinte caballos, tal como me habíais ofrecido, sino treinta, y nos olvidamos de lo del muchacho: ¡os quedais con él! No tendreis que prescindir de sus servicios… ni él tendrá que abandonar a su familia, ni separarse de vos. Pues bien se ve que os profesa una gran lealtad… Treinta caballos en préstamo, que os devolveré a nuestro victorioso retorno, junto con la parte proporcional del botín, espero; a lo que también añadiríamos, si os parece, y como muestra de buena voluntad, cinco toneles grandes de ese vino vuestro tan magnífico, y tres carretas de sacos de grano y otros víveres.

- Lo dicho antes, un atraco a mano armada –sonrió para sus adentros el Conde- . ¡Bien, sea, hay que saber cuándo se gana y cuándo se pierde!

Se levantó y se estiró. Tomó una copa, la llenó de nuevo y la vació de un trago, depositándola con un golpe seco sobre el tablero. Luego rodeó la mesa con aire de dignidad ofendida, antes de dirigirse de nuevo a Garrafort.

- Entonces, mi buen señor, ¿podemos dar ya por zanjada esta absurda disputa? Hemos resuelto, quiero creer que satisfactoriamente, todos los puntos conflictivos: la afrenta que, según vos, os hizo Johan, el tema de mi contribución a la Santa Causa…

- ¡Eh, eh, no trateis el asunto con ligereza, De Tréville! Es una cruzada que merece respeto.

- …así como también lo de la sirvienta que fue atacada por vuestros soldados en mis dominios. ¡Ah, no, esperad! –De Tréville se volvió en redondo- . ¡Resulta que no, que de eso no hemos hablado en ningún momento!

- Creí haberos dejado bien claro, De Tréville, que eso sólo eran zarandajas… -dijo Garrafort, sirviéndose otra copa con aire displicente.

- Ahora que, según creo, conoceis un poquito mejor a Johan, creo que os habreis dado cuenta de que él no se inventaría un chisme semejante sin motivo –el Conde sonrió.

- ¡Bueno, concedamos que es cierto, que un puñado de mis hombres se enardecieran un poco y cometieran algún acto reprochable! Y bien, ¿qué proponeis que hagamos para arreglarlo? ¿Daros a vos una compensación? ¿Casar a la moza con uno de mis siervos? ¿Tapar la boca a sus padres con una buena suma? Ya que, según vos –su voz se volvió burlona- la cosa reviste tantííísima importancia…

Parpadeó un poco. De pronto, sin saber bien por qué, Garrafort se sentía torpe, pesado. Se pasó una mano por los ojos. ¿Qué le ocurría? Vio nublarse todo a su alrededor… y cayó al suelo como un fardo.
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MensajePublicado: 05/01/2018 13:40    Asunto: Fanfic Johanot "La noche más larga", 9 Responder citando

El Conde no se lo pensó dos veces. Sabía que, dada la cantidad de narcótico que había empleado, el otro no permanecería dormido demasiado tiempo… Se precipitó al arcón en donde, gracias a los comentarios providenciales que había hecho Johan, sabía que había un montón de pergaminos lacrados, y buscó con celeridad aquellos que ostentaban el sello real. Al final, encontró lo que buscaba…

- ¡Ah, me lo suponía! –exclamó, satisfecho- . ¡Menudo farsante! Permiso del Rey para requisar para la causa, ¿eh? Levas forzosas, ¿eh? Bien, creo que, después de este descubrimiento, no vamos a tardar en zanjar de verdad todo este vergonzoso asunto.

Se dirigió al rincón en donde yacía, aún profundamente dormido, Johan, y lo sacudió con energía. El niño rebulló un poco, pero no fue hasta que De Tréville le hubo echado por la cabeza el contenido de un jarro de agua que por allí estaba, que no se despertó del todo.

- ¡Johan, Johan, espabila! –le conminó en baja voz- . Tienes que salir hacia el castillo a escape.

- ¿Eh? ¿Qué? –Johan se sacudió el agua agitando la cabeza como un perro, recuperando poco a poco la noción de en dónde estaba- ¿Qué ha pasado? Y… ¿por qué está Messire Garrafort por los suelos? ¿Es que ha habido lucha?

- Ya te lo contaré todo más tarde. Toma este pergamino, ocúltalo bien y que no lo vea nadie. Corre hacia el castillo y, cuando estés allí, le das el pergamino a Messire Stephane. Sólo a él, ¿eh? Él comprenderá, y sabrá qué hacer.

- ¡Claro, Messire De Tréville! –exclamó Johan, metiendo el rollo bajo su camisa- . Pero… ¿no venís vos conmigo?

- No, yo te seguiré un poco más tarde. Aún quiero tener unas palabras con nuestro amable anfitrión. ¡Vamos, no pierdas el tiempo! –el Conde le dio una fuerte palmada en el trasero, y Johan salió disparado por la puerta- . ¡CORRE! ¡Y NO VUELVAS SIN ESE CONDENADO TABLERO DE AJEDREZ!

Uno de los soldados se había aproximado, alertado por el ruido, y vio a Johan que partía a toda velocidad mientras el Conde asomaba la cabeza por la puerta de la tienda de campaña.

- ¿Ocurre algo, Messire? –preguntó el soldado. El Conde, fingiendo una gran serenidad, se encogió de hombros.

- Nada, muchachote, nada; sólo que, al final, no nos ha ido nada bien con lo del juego de naipes…

De Tréville volvió al interior de la tienda, colocó unos fardos en el lugar en donde había estado Johan y los cubrió con su capa: era preciso que no se supiera en seguida que el muchacho ya no estaba. Apreció su tarea ladeando la cabeza. Luego cogió una copa de la mesa, la olfateó y la llenó de vino. Dando pequeños sorbos, se sentó a esperar a que Garrafort despertara… Lo hizo no mucho después, vacilante, mirando a su alrededor con desconcierto. De Tréville se aprestó a tenderle, gentilmente, la mano.

- ¿Estais mejor, Garrafort? –le dijo, con voz suave- . Lo siento mucho, tal vez haya sido culpa mía. Mucho me temo que me haya equivocado de sitio al posar mi copa… quiero decir, la copa en la que bebió Johan. Ya sabeis, la del somnífero.

- ¡DE TRÉVILLE, SOIS UN TRAIDOR Y UN FALSARIO! –aulló Garrafort, poniéndose en pie de un salto. El Conde desenvainó su espada, de forma preventiva.

- ¡Garrafort, os lo aseguro, no estais en posición de reprocharme nada! Claro que, si lo preferís, lo arreglaremos tal y como habíamos dicho en un principio, con un duelo a espada.

- ¡ME HABEIS DROGADO! ¡HABEIS TENIDO LA OSADÍA DE DROGARME EN MI PROPIA TIENDA! –rugió el otro- . ¡JAMÁS SALDREIS CON VIDA DE AQUÍ!

- Tsk, tsk, tsk… ¡qué exageración! –dijo el Conde- . Yo no os he drogado, Garrafort. Por si no lo recordais bien, vos fuisteis quien me facilitó el somnífero durante la partida, para adormecer a Johan y que no lo echara todo a perder con sus chivatazos. Eso no os pareció mal, ¿no? ¿Qué culpa tengo yo si os habeis equivocado y os habeis servido el vino en la misma copa que él usó, y que aún tenía sus posos?

- ¡Insisto en que ha sido cosa vuestra, sin duda que fuisteis vos quien la volvisteis a llenar! En todo caso, De Tréville, vano ha sido el intento… Estais aquí, todo mi ejército rodea este real, y aunque me vencierais a espada… no os dejarían jamás partir sin mi licencia. Creedme, he dado órdenes para que tal cosa no ocurra. ¡Consideraos, pues, mi prisionero!

- Ah, ¿sí? Bien… ¡sea! –el Conde se encogió de hombros- . De todas formas, me parece que ya he escuchado demasiadas exigencias y peticiones de vuestra boca por hoy: “¡quiero una reparación!”, “¡dadme a vuestro paje!”, “¡cededme caballos y provisiones para mi guerra particular…!” Porque –su semblante se volvió terrible- es VUESTRA guerra particular, Garrafort, la vuestra y la de dos o tres obcecados como vos, no nos engañemos: el Rey no apoya personalmente esta causa, ni la apoyará jamás.

- ¿Eh? ¿Cómo os atreveis a dudar de…?

- ¡AHORA ME ESCUCHAREIS VOS A MÍ Y LO HAREIS DETENIDAMENTE, GARRAFORT: YA HABEIS TERMINADO DE PEDIR Y ES MI TURNO PARA PRESENTAR EXIGENCIAS! Habeis de saber que, mientras estabais roncando, he tenido ocasión de leer ciertas cartas entre el Rey y vos, mejor dicho, CIERTA CARTA que el Rey os envió no hace mucho. En ella, y para resumirlo todo y no aburriros, os viene a decir que ha hecho sus indagaciones, que los hechos que vos referíais y que justificaban, según vos, la intervención bélica, NUNCA HAN TENIDO LUGAR, o por lo menos no tal y como vos los relatabais; y que por lo tanto RETIRABA LOS PERMISOS. Ya sabeis, esos tan famosos de levas, recaudaciones, impuestos, bla, bla, bla. ¡Sí, los de la primera carta, la que me mostrasteis vos a mí! Fue hoy mismo, en mi castillo. Mejor dicho… ayer, pues ya ha amanecido –De Tréville descorrió la cortina que tapaba la entrada de la tienda y entraron los primeros rayos de sol- . Así que, como os digo, Garrafort, SOY YO QUIEN EXIGE AHORA: vamos a salir ahí fuera, como hombres y caballeros que somos, y vamos a enfrentarnos en combate singular. Si gano yo, lo único que quiero de vos es que levanteis rápidamente el campamento y sigais vuestro camino, por supuesto sin mi contribución… Si sois vos el vencedor, ya sabeis lo que os toca: tendreis los treinta caballos y todo lo demás, para vuestra guerra. Incluso podríais pedir un rescate por mí, si es que lograis hacerme prisionero…

- ¡No necesito luchar para eso, De Tréville! Me basta con hacer así con los dedos y llamar a mi guardia. En seguida os reducirán.

- Sí, ya contaba con ello –sonrió el Conde- . Y es por eso que he sido artero, incluso casi tanto como vos, y me he cubierto bien las espaldas. Buscad, si os place, la última carta del Rey, entre vuestros documentos… ¡No está! A estas horas, Johan ya se la habrá entregado a mi lugarteniente Stephane, ya sabeis, el señor calvo que se sentaba a mi derecha en el Gran Salón. El resto… os lo podeis imaginar: él, hombre muy listo y que presenció nuestra conversación durante la cena, habrá sabido también al instante que todo esto no es más que una gran superchería, y si no aparezco en mi castillo antes del mediodía de hoy, como así dejé indicado, enviará correos para informar al mismísimo Rey de lo que aquí está ocurriendo… Podeis atacar sin gran problema mi fortaleza, cierto es que ahora mismo no suponemos un enemigo demasiado potente: pero, si las tropas del Rey intervienen… ¡Eso ya es harina de otro costal!

Mientras De Tréville hablaba, Garrafort se había acercado al bulto que se suponía que era un Johan durmiente y lo había desmantelado de una gran patada. Llamó a voces a su guardia, mientras el Conde se desternillaba de risa, y les conminó:

- ¿NO OS DIJE QUE NO DEJARAIS SALIR A NADIE DEL REAL? ¿CÓMO ES QUE ESE PAJE DEL DEMONIO HA PODIDO LARGARSE ASÍ COMO ASÍ?

Los soldados se miraron entre sí.

- ¡Disculpadnos, Messire, pero… no sabíamos que debíamos impedir la salida del niño! Creimos que os estaba haciendo un recado, que iba a buscaros un tablero de ajedrez… ¡Pensamos que estaba a vuestro servicio!

- Sí, las instrucciones que recibimos de vos, según recuerdo, fueron las de impedir al Señor Conde de Tréville que abandonara el real sin vuestra autorización; lo ordenásteis justo a su llegada.

- Mucho me temo que Johan se nos unió algo después –observó el Conde, risueño- . Y, ¿por qué iban a sospechar del pobrecillo? ¡Con lo amable que estuvo con vos, Garrafort, y vos con él! ¡Si hasta os molestasteis en conseguirle un par de calzas!

Garrafort estaba que se lo llevaban los demonios, pero tuvo que contenerse. Sí, aquel truhán de conde tenía toda la razón… Lo mirase como lo mirase, tenía las alas cortadas. Por lo visto, sólo le quedaba una posible vía de escape para salir de esa situación con algo de dignidad.

- ¡De acuerdo, De Tréville, vos ganais esta mano! Y, para desempatar… acepto vuestro reto. ¡Somos hombres y somos caballeros, qué diantre! Ya ha salido por completo el sol; es el momento, pues, de librar nuestro combate singular…

……………
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MensajePublicado: 05/01/2018 14:38    Asunto: Fanfic Johanot "La noche más larga", 10 Responder citando

Era casi mediodía cuando comenzó a observarse movimiento en las tropas de Garrafort. Como un gigantesco organismo, el tapiz viviente conformado por soldados, tiendas, animales y máquinas empezó a agitarse, a colear, casi a serpentear de un lado a otro.

- ¡Se van! –exclamó Marcel, dando saltitos de entusiasmo.

- ¡Para quieto, canijo, que te caes de la almena! –dijo Robert, agarrándolo por el cuello del jubón. El escudero no estaba menos nervioso: llevaba horas apostado en la torre esperando cualquier novedad, cualquier signo de cambio en aquella situación angustiosa. No sabía si para bien o para mal: todo lo que el muchacho deseaba era ver al Conde de Tréville de una pieza, de vuelta en el castillo. Las mesnadas de Garrafort partían, eso estaba claro. Levantaban el campo. Incluso podían verse, a lo lejos, los coloridos toldos del real cayendo uno a uno. La soldadesca cargaba las carretas, los fuegos se apagaban, los caballeros enjaezaban sus monturas… Sí, pero, ¿y De Tréville?

- ¡Allí! ¡Es el Conde! ¡Allí! –volvió a chillar Marcel. Y esta vez, sí, casi se cae de la almena; Robert lo agarró prácticamente en el aire, lo depositó en el suelo y le propinó una colleja de advertencia. Luego, ambos se lanzaron escaleras abajo…

En efecto, era De Tréville. Volvía solo, en su caballo, sintiendo un gran cansancio mas también una inmensa satisfacción. ¡Daba gusto, se decía, retornar a casa con el deber cumplido…! Robert lo recibió en el patio de armas y lo ayudó a desmontar. De Tréville le hizo un gesto elocuente, con los pulgares hacia arriba, y le entregó un pesado envoltorio alargado.

- ¡Hola, muchachos! Guárdame esto en lugar seguro, Robert. Bien, como supongo que vais a freírme a preguntas, os daré el parte resumido: ¿Duelo singular? Sí. ¿Garrafort vencedor? No. ¿Batalla en perspectiva? ¡Y un cuerno! ¿De Tréville hambriento? Como una manada de lobos…

- ¡Enseguida haré que os sirvan un buen almuerzo, Messire! –contestó Robert, feliz, mientras el Conde pellizcaba cariñosamente las mejillas de los dos chicos- . Marcel, corre a avisar a Messire Stephane de que el Señor Conde ya ha regresado.

- No hace falta, ahí viene… ¡Ohé, Stephane! ¿Recibiste mi envío?

- ¡Ah, Messire, qué alegría veros sano y salvo! Sí, Johan me lo trajo a mi aposento esta mañana, un poco después del amanecer… ¿Cómo hará ese chico para entrar y salir del castillo sin ser visto? Decidme, Messire, ¿es cierto que, al final, no va a haber batalla?

- ¡No la habrá, Stephane! Garrafort puede ser muy artero con sus personalísimos métodos para financiarse, pero… en el campo del honor, tiene palabra; al fin y al cabo, es un caballero. En suma, que siguen su camino y nos ahorramos treinta corceles de mis cuadras. Eso sí, hay que hacer cargar cinco carretas con vino y vituallas, como muestra de la más elemental cortesía… ¡Quién sabe en qué batallas volveremos a vernos las caras alguna otra vez! –miró a su alrededor- . ¿Dónde está Johan?

Robert frunció el ceño. ¿Johan había estado con él? ¿Con el Conde? ¿Toda la noche…? ¡No lo podía creer! Con lo que había suplicado él a De Tréville para que le permitiese acompañarlo, y con la rotunda negativa que había recibido al fin… ¡Bien! Por un momento le había dado hasta lástima, pero ahora se alegraba malignamente de la escena que había tenido ocasión de presenciar apenas unas horas antes.

- Está en las mazmorras, Messire –dijo Stephane. De Tréville parpadeó.

- ¿En las… mazmorras?

- ¡Claro, Messire! Por lo de la catapulta. Yo no quería castigarlo aún; le dije a vuestra madre que sería mejor esperar vuestro retorno, mas ella no me hizo caso. Estaba aún demasiado enfadada, cosa comprensible... Así que, después de interrogarlo para que nos contara lo que estaba ocurriendo en el real de Garrafort, le dio una buena paliza y lo mandó encerrar.

- Y Johan tuvo suerte, porque la Señora Condesa no hacía más que gritar que lo que realmente se merecía era que lo colgaran de las almenas –intervino Marcel, con timidez.

- ¿Colgarlo de las almenas? ¿La catapulta...? –preguntaba De Tréville, cada vez más atónito.

- Mucho me temo que Johan no se ha atrevido a confesarle a Messire De Tréville lo de la catapulta –apuntó Robert, burlón.

- ¡Sí, Messire, será mucho mejor que yo os lo cuente todo! –Stephane tomó al Conde por el codo, apartándolo un poco de la turba de bienvenida que comenzaba a formarse a su alrededor- . Vereis, parece ser que, poco después de que partieseis anoche, a ese diablillo de Johan no se le ocurrió otra cosa que coger vuestra vieja catapulta de juguete y…

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MensajePublicado: 05/01/2018 14:40    Asunto: Fanfic Johanot "La noche más larga", 11 Responder citando

Johan estaba enfadado, muy enfadado. Y un poco triste además. Pero, sobre todo, terriblemente rabioso con todos, con el mundo y con él mismo.

¿Por qué, pensaba, tenía que tener tan mala suerte en la vida? Cada vez que trataba de hacer algo bueno, algo noble y generoso por los demás, terminaba de la misma manera. ¿Que se hacía amigo de un caballo? Tunda de órdago. ¿Que trataba de ayudar a un paisano inocente para que no terminara en la horca? Nueva tunda. ¿Que se compadecía de una pobre chica ultrajada y pedía justicia para ella, poniéndose él mismo en peligro por acudir en ayuda de su señor…? ¡Otra tunda, siempre otra tunda!

Era lo que, al parecer, le esperaba siempre al final del camino, se dijo mientras cambiaba dolorosamente de posición. ¡Pues bien, se acabó! Estaba harto de recibir más palos que una estera, y de tomarse molestias innecesarias a cambio de nada, y de hacerse el héroe sólo para que todo el mundo estuviera siempre repitiéndole que él no era nadie, que nunca llegaría a ningún sitio y que más le valía que aprendiese a obedecer y a quedarse en su puesto. ¡Eh, bien… pues eso haría de ahora en adelante! Se mantendría en su puesto, con la boca bien cerrada, las manos quietas y esos rizos horribles en el pelo. Haría ridículas reverencias, como le habían enseñado, y tendría siempre una sonrisa adorable en los labios, y se pasaría el día portando la cola del vestido de las damas, y escanciando copas de vino, y haciendo circular recaditos de amantes en los banquetes. No correría sino para ejecutar los insulsos recados que le encomendaran, o para coger las bridas de la montura del visitante de turno y ayudarlo a descabalgar. No abriría la boca salvo para proferir cortesías, chismes y adulaciones, para saludar y despedir, para decir “por favor” y “gracias” y “sí, Messire” y “no, Messire”. En cuanto a sus ojos… bien, pensaba cerrarlos para siempre, para que no vieran nada que se supone que no tendría que ser visto, para ignorar cualquier asunto que no fuesen sus obligaciones, para no actuar ante cualquier cosa que pasara ante él, aunque se tratase de la injusticia más flagrante o el delito más abominable. No volvería a tragarse esos cuentos de hadas de la biblioteca secreta de Fray Arnolfus, jamás creería de nuevo en caballeros andantes y causas desinteresadas y princesas rescatadas y malvados dragones abatidos. En los libros, los buenos vencían siempre al final, pero en la vida real, tal y como él mismo iba descubriendo, parecía ocurrir justo al revés… Se acabó, pues, el creerse un paladín de las causas justas, el proceder conforme a unos códigos de honor que no funcionaban. En suma… iba a actuar tal y como veía que actuaban todos los demás a su alrededor, haciendo oídos sordos a los lamentos de los necesitados, mirando sin ver, oyendo sin escuchar, pasando por encima de los más espantosos agravios… ¡Oh, sí, ahora lo verían todos! El Johan que conocían se había esfumado, y a partir de ahora iban a tener a otro bien diferente, y sería el paje más disciplinado y el mejor educadito del reino, y todo el mundo estaría contentísimo, y él se moriría de tedio y lo enterrarían, eso sí, con una preciosa sonrisa en su cara y los bucles muy bien peinaditos y…

- ¡Eh, eh, para el carro, chaval! –exclamó De Tréville, haciendo su entrada en la mazmorra con un cesto en la mano- . Eso no te lo crees ni tú. El día que tengamos entre nosotros a un Johan quieto, disciplinado, sordo, mudo y ciego, será sin duda porque ha llegado el Apocalipsis, el Fin de los Tiempos. ¿Es que no te lo ha enseñado Fray Arnolfus? Se romperán los ocho sellos, y con cada uno sonará una trompeta: el signo del octavo sello será que Johan se comporta como un paje normal, sin salir corriendo a cada momento ni meterse en líos… ¡Ese día, podremos irnos preparando para el Gran Juicio! ¡Y que Nuestro Señor nos coja confesados!

Johan se ruborizó intensamente.

- Esto… ¿es posible que haya estado pensando en voz alta sin darme cuenta, Messire?

- ¿En voz alta? ¡Si se te oía desde las cocinas! ¡Estoy seguro de que deben de haberte escuchado hasta en el Castillo del Rey! –el Conde se sentó a su lado sobre el montón de paja y le entregó el cesto, del que emanaba un tentador aroma- . ¡Toma, come algo! Te lo envía tu tía Blondine; dice que son tus platos favoritos y que no sabe si te los mereces realmente después del espectáculo que has dado y del disgusto tan grande que se han llevado todos por tu culpa, pero en fin… aquí están.

Johan rechazó el obsequio con gesto abatido.

- Ahora no tengo hambre, gracias, Messire…

- ¿No? ¡Me extrañaría mucho! Yo estoy famélico; tanto tú como yo no hemos metido nada sólido en el cuerpo desde ayer. Pero, bueno, ya que no te lo vas a comer… ¿por qué tirarlo?

De Tréville se sirvió un muslo de pollo sobre una rebanada de pan y le dio un generoso mordisco. Se oyó un gorgoteo delator, y Johan arrancó de mala gana el otro muslo. ¡Vaya, al final sí que tenía hambre! De hecho tenía más que hambre, tenía hambrísima, tenía la reina de las hambres. Devoró el pollo, y el pan, y el puré de castañas, y la salsa de ciruelas, y las manzanas asadas, y no quedó ni uno solo de los bollos de leche: claro que, aquí, se vio bastante ayudado por el Conde, que no pudo evitar meter también la mano en el cuenco de los postres…

- ¡Caramba! ¿Es que Blondine continúa haciendo bollos de estos? ¡Eran mis favoritos, de niño! Creí que había olvidado la receta, hace años que no los veo aparecer por mi mesa. Hum… ¡ya le diré dos palabritas a Blondine!

- ¡Ella me lof prepara fiempre! –sonrió Johan, masticando a dos carrillos- . Lof faca del horno todaf laf tardef, jufto a la hora del Ángeluf. Fi quereif que le diga que of guarde algunof…

- ¡Primera lección, mi-señor-paje-que-presume-de-excelente-educación-de-ahora-en-adelante, no se habla con la boca llena! Y la otra primera lección…

Johan tragó apresuradamente y bebió un trago de agua.

- ¿Puede haber dos primeras lecciones en la misma frase?

- ¡Puede haber lo que yo quiera, botarate, que para eso soy el amo del castillo! –le dijo De Tréville, dándole un suave tirón de orejas.

- Eso no es justo –protestó Johan.

- ¿Lo ves? Ya vuelves a las andadas. “¡Eso no es justo!”, “¡Eso no es justo!” –de Tréville rió, imitándolo con voz aguda- . Será el epitafio que escriban en tu tumba, como si lo viera. Y decías que ibas a cambiar… ¡No, hijo mío, tú no cambiarás jamás! Aunque te insulten, te condenen, te encierren y te deslomen, seguirás viendo las cosas más allá de lo que los demás ven, oyendo lo que los otros no oyen y haciendo caso a lo que todo el resto del mundo querría ignorar. Y, por supuesto, abriendo esa bocaza tuya para seguir proclamando las verdades incómodas, y haciendo siempre únicamente lo que te sale de los…

- ¡Ya está bien, Messire De Tréville, lo he entendido! –exclamó Johan, deteniendo la avalancha verbal con las manos- . Pero contadme, al fin… ¿Os fueron de utilidad mis indicaciones durante el juego de naipes?

- Puedes apostar a que sí, muchacho –le dijo el Conde, enternecido al verlo tan ansioso.

- ¡Entonces ganaríais la partida sin dificultad! Vos teníais las mejores cartas.

- Lo sé, pero en realidad, perdí –y, al ver la cara de decepción de Johan, se apresuró a añadir: - . ¡Oh, lo hiciste muy bien! Tus indicaciones me fueron muy útiles para... perder la partida. ¡Vamos, no me mires así! Considéralo una derrota táctica. Ya sabes, esa pequeña derrota previa que sirve de escalón para conseguir la gran victoria final. A partir de ahí, Garrafort bajó bastante la guardia. Se confió. Y eso me permitió… dar el paso siguiente.

“No le voy a contar lo del narcótico, por lo menos no aún”, se dijo el Conde. “Y pospondremos también el rapapolvo que se merece por hacer trampas en el juego, hasta que haya pasado un poco de tiempo. Este niño, lo que necesita ahora mismo es que le levanten la moral.”

- Pero entonces… si perdisteis la partida, ¡eso quiere decir que pertenezco a Garrafort! –exclamó Johan.

- Sí. No. Es decir, perteneciste a Garrafort durante un corto lapso de tiempo. Luego te compré otra vez.

- ¡Ah! ¿Sí? Y… ¿cuál fue el precio? –preguntó Johan, interesado.

- ¡No me saliste barato, amiguito! Tu precio en el mercado es de diez caballos de raza, con mis hierros. ¡Y conste que el precio lo puso Garrafort, no yo!

Johan se quedó con la boca abierta.

- ¡Diez caballos con la marca de Tréville! A partir de ahora, ya sabré qué contestarles a todos esos que dicen que no valgo nada.

- ¡Ajá! Y puedes decirles también, de mi parte, que para mí vales mucho más que eso… -se aclaró la garganta antes de seguir- . Mira, es cierto que algunas de las cosas que has hecho en las últimas horas no han estado nada bien… Más adelante hablaremos en profundidad de todo ello. Pero, en definitiva… hiciste otras cosas que sí fueron muy oportunas, muy valientes y meritorias, y tengo que admitir que, sin tu ayuda, no habríamos podido salir tan bien parados de este asunto.

Johan experimentó una cálida sensación en su interior, bastante parecida a la que se tiene cuando uno está aterido y se echa al coleto un trago de buen vino. Carraspeó, ligeramente ruborizado.

- No es nada. Yo… ¡sólo trato de ayudar! Y decidme, Messire, ¿tuvisteis que batiros?

- ¡Oh, sí, y fue un combate muy igualado! Fue una pena que no estuvieras allí para verlo, muchacho. Que Garrafort sea un completo imbécil no quiere decir que no sepa manejar la espada… ¡Sí, me hizo sudar un poco!

De Tréville se extendió de buena gana sobre el lance, mientras un cada vez más sonriente Johan lo escuchaba con admiración. “Era todo lo que necesitaba”, se dijo el Conde, satisfecho de sí mismo. “Una buena comida, algo de compañía afectuosa y un poco de cháchara, y aquí teneis al chico más deprimido del mundo que vuelve a flote como la espuma del mar”.

Cuando hubo terminado su relato, el Conde guardó los cuencos vacíos en el cesto y se puso en pie.

- Bueno… ¿nos vamos, o esperamos a que nos sorprenda la noche en este lugar encantador?

- No puedo salir, Messire. La Señora Condesa ha dicho que…

- No te preocupes, ya lo he arreglado con ella –De Tréville se volvió a Johan con una sonrisa mordaz- . ¡Un mes aquí metido, rodeado de ratas, y esas heridas que tienes se te infectarán! Sólo nos faltaría eso, que murieses de septicemia. No, continuarás el encierro; pero en un lugar más apropiado. Es más… será muy provechoso para ti, ya lo verás. ¡Ah, y tengo que decirte una cosa! Si es tal y como me han contado, ya sabes, lo de la catapulta… opino que la zurra fue merecida y bien merecida. Por el amor de Dios, niño, ¿pero cómo se te ocurrió hacer una cosa así?

- Primera lección de Estrategia Bélica Avanzada: crea una distracción en el punto más caliente –dijo Johan, encontrando grandes dificultades para incorporarse y caminar- . ¡Son vuestras propias palabras!

- Ya lo veo. ¡Si Robert sacara la mitad de provecho a sus clases de lo que tú lo haces…! -cabeceó. “Decididamente, tengo que librarme de una vez de esa dichosa catapulta”, se dijo. “¡Sólo trae problemas!”

De Tréville se acuclilló, ofreciéndole a Johan sus anchas espaldas.

- ¡Anda, sube! –invitó, compadecido de su evidente dolor. Johan lo miró sin comprender- . ¿Qué pasa? ¿Es que no te han llevado nunca a caballito?

Pues no, sucedía que no. Ése era el tipo de cosas que un niño pequeño hacía con su padre, y él no lo tenía. “¡El caballero deviene caballo!”, se dijo, divertido, sin atreverse a expresar en voz alta la idea.

De Tréville, con Johan a cuestas, se dirigió a la torre de Fray Arnolfus, con sus trescientos veintisiete escalones desde la base, y comenzó a subir. Cuando pasaban por el primer piso, a la altura de los patios de servicio, se cruzaron con Marcel. El paje rubio contempló la escena atónito, Johan le sacó la lengua y De Tréville le hizo un gesto muy significativo para que guardara silencio sobre lo que había visto. O él sería el siguiente, le hizo saber…
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MensajePublicado: 05/01/2018 14:45    Asunto: Fanfic Johanot "La noche más larga", 12 Responder citando

Fray Arnolfus estaba leyendo su breviario tranquilamente cuando llegaron a la celda en la cúspide de la torre. “¡Se acabó la paz!”, se dijo el buen anciano, haciéndose cruces. Pero no pudo ocultar del todo su satisfacción por la inesperada visita. A Johan lo veía con regularidad, casi cada día, pero la presencia del Conde se hacía de rogar.

- Páter, os traigo a casa un penitente para daros ocasión de practicar tres de las obras de misericordia de una tacada: curar al enfermo, enseñar al que no sabe y dar posada al peregrino.

- ¡Y consolar al preso! –añadió Johan, dejándose caer sobre el camastro del fraile.

- ¡Vaya, vaya, vaya! ¿En qué nuevos enredos se ha metido el mozuelo esta vez? Yo nunca estoy al tanto de las novedades que acontecen en la jaula de grillos que es esta fortaleza vuestra, Tremaine. ¡Oh, pero si tiene las espaldas llenas de sangre! Es preciso lavar cuidadosamente este entuerto si no queremos una infección.

Fray Arnolfus se levantó pesadamente y se dirigió al anaquel del fondo, de donde volvió con unos paños limpios y una frasca de vino. Johan se desprendió del jubón y la camisa, entre respingos, y el Conde examinó las líneas rojas, rectas y regulares, recorriéndolas con el dedo sin atreverse a tocarlas.

- ¡Caramba, es una auténtica obra de arte! –exclamó- . Siempre he admirado el talento que tiene mi madre para hacer cosas de estas, y sin haber pasado siquiera por las manos de Messire Torcheslaine.

- La última vez que tuve ocasión de ver algo así –dijo Fray Arnolfus- fue en vuestras propias espaldas, Tremaine, hace de esto muuucho tiempo.

- ¿Quién es Messire Torcheslaine? ¡AU, AU, AU!

- Es uno de los instructores del Castillo Real. Domina el látigo, puedo dar fe... ¡Quién sabe, puede que tú también lo conozcas algún día! Johan, si no te quedas quieto de una vez, no puedo curar esto.

Johan trató de controlarse, con los labios muy apretados y los ojos llenos de lágrimas. Al cabo, los dos hombres dieron por terminado el trabajito y dejaron al muchacho tumbado de bruces sobre el catre, comenzando a sentir un cansancio mortal.

- ¡Listo! –exclamó De Tréville, bajándose las mangas- . Ahora dormirá como un bendito durante muchas horas. Páter, necesito que lo alojeis aquí durante… pongamos… un mes. Luego haré que os suban un camastro, su ropa y todo lo necesario.

- Ya sé que el de la curiosidad es un pecado gordísimo, pero no desdeñaría la oportunidad de saber, exactamente, qué es lo que ha acontecido para que el garzón recibiera semejante trato –dijo Fray Arnolfus. Johan aunque estaba en la antesala del sueño, no pudo evitar una sonrisa. Le hacía siempre mucha gracia el estilo ampuloso del fraile. ¿Por qué no podía decir, sencillamente, “¡Bueno, que alguien me explique de una vez lo que ha pasado aquí!”?

- ¡Es una larga historia! –De Tréville se levantó- . Señores, mucho lo siento: me agradaría quedarme un poco más aquí, en tan grata compañía, pero el deber me llama. Todavía tengo que hacer unos cuantos despachos; mi madre creo que anda buscándome desde hace horas para contarme no sé qué de una recepción que quiere organizar… una de esas que ella monta para buscarme esposa, me temo… y tengo también que atender a un correo que llegó esta mañana, y entrenar un poco a Robert. En fin, Páter, como Johan y vos vais a compartir espacio durante cierto tiempo, no dudo que él mismo os lo irá contando todo, y con la mayor veracidad posible. Por lo demás, ya sabeis que esto es, para él, un castigo, no un asueto… ¡Cuento con vos para imponerle la necesaria penitencia! No puede salir, tiene que estudiar de firme, quiero que lo cargueis de tareas y que le pegue un buen empujón a ese latín suyo, que es execrable.

- ¡Ay, no! –exclamó Johan, con débil voz- . Prefiero ser azotado de nuevo.

- ¡No me tientes, bribón, que todavía no hemos hablado de las consecuencias de romper alegremente las promesas que se le hacen al Señor Conde! No, no pongas esa cara… ¡Mira que escaparte de mis aposentos, aunque te lo había prohibido expresamente! Sabes muy bien que es a eso a lo que me refiero.

- ¡Oh, pero yo no creo haber roto ninguna promesa! –protestó, aunque sin mucha convicción, Johan- . Sencillamente, lo que prometí fue no cruzar la puerta… ¡Y lo cumplí en buena ley! ¡Salté por la ventana!

De Tréville lo miraba con expresión poco amigable.

- Sí, y te aseguro que vas a lamentar el haberte creído tan listo. ¡Pero no hoy! De eso nos ocuparemos más adelante, como te dije. Ahora –suavizó considerablemente el tono- piensa sólo en recuperarte, y felicítate porque todo ha terminado bien.

- No tan bien –observó Johan, pesaroso- . ¡La pobre Anne Marie no puede decir lo mismo!

- Deja que sea yo el me ocupe de ese asunto. No te creas que me he olvidado… ¿ves? –tornó a sonreír- . ¡No puedes evitarlo! Siempre vuelves a pensar primero en los demás.

- ¿Qué va a ocurrir con ella, Messire?

- Bien, lamentablemente no se puede deshacer lo hecho, el ultraje hecho está –De Tréville se encogió de hombros- . Nadie puede devolverle ya su honra. Pero sí que he traído conmigo algo que, si bien nunca la compensará del todo, puede que sí la ayude a consolarse un poquito…

Les contó que, habiendo quedado vencedor en el combate singular, había conseguido hacer prisionero a Garrafort y había pedido tres cosas en concepto de rescate: la primera de ellas, el juramento solemne del vencido de que investigaría en profundidad, encontraría a los culpables del ultraje entre sus tropas y les daría un buen escarmiento. La segunda (aquí el Conde se llevó la mano a la faltriquera para sacar un pequeño estuche), una costosa joya que Garrafort tenía en los cofres de su botín y a la que De Tréville había echado el ojo mientras iba a la caza del pergamino. Johan y Fray Arnolfus contemplaron admirados la sarta de diamantes engarzados en hilo de plata, mientras De Tréville les explicaba que pensaba dárselo a Anne Marie como prenda de reparación.

- ¡No se lo entregueis a ella, Messire! –exclamó Johan, con mucha seriedad- . Alguien podría querer robárselo si se sabe que lo tiene, y volverían a hacerle daño. Creedme, así es como son las cosas ahí abajo. Guardádselo vos hasta que lo necesite…

- ¡Bien, como quieras! Menos mal que te tengo a ti para abrirme los ojos sobre cómo funciona el mundo, Johan –De Tréville le dirigió una sonrisa socarrona- . Suyo es, de todas formas. Se lo mostraré y le diré que me lo solicite llegado el momento. Quién sabe, podría ser su dote, el precio de una parcela, una casa, cabezas de ganado o cualquier otra cosa que ella quiera comprar…

- ¡Sí, eso le será de bastante utilidad! Dice la tía Blondine que una muchacha deshonrada no llega a casarse a menos que tenga una muy buena dote. ¡Oh, me alegro mucho! ¡Qué contenta se va a poner!

- Le diré que te dé las gracias a ti, es en tu nombre que se lo voy a legar.

Johan se ruborizó un poco. De Tréville volvió a guardar el collar en el estuche, y éste en su faltriquera. Hizo ademán de irse.

- Esperad, Messire… ¿y cuál es la tercera cosa?

- ¿Eh?

- Dijisteis que habíais pedido tres cosas. ¿Cuál es la tercera?

- ¡La curiosidad mató al gato, Johanot! –advirtió el fraile.

- Mucho me temo que éste tiene más de siete vidas –dijo De Tréville, arqueando una ceja- . ¡Tienes razón, Johan, muy bien observado! La tercera y última cosa… es para ti.

- ¿Para mí?

- Sí. Es un premio… Te dije que habías hecho algunas cosas mal, pero también muchas otras bien. ¡No todo van a ser castigos!

- ¡Caramba! Eh… ¡Gracias! ¿Y qué es?

- ¡Despacio! Lo sabrás en su momento. Sólo te adelanto que te va a gustar mucho… ¡O tal vez no! Dentro de un tiempo, ya lo verás, pienso darte dos sorpresas. Una será muy agradable, y la otra será muy desagradable. Pero quién sabe, conociéndote… es más que posible que prefieras la sorpresa desagradable. ¡Quién sabe!

- ¡Es un misterio! –dijo Johan, dejando escapar un bostezo a continuación.

- Sí, y los misterios deben permanecer inextricables… –apuntó Fray Arnolfus.

- ¡Todo lo contrario! Yo opino que es precisamente todo lo contrario, que un misterio está hecho para ser resuelto –repuso el Conde- . Te dejo con la intriga, buen mozo, a ver si desvelas algo antes de salir de aquí.

- ¡Pero no habeis conseguido nada para vos mismo, Messire! –exclamó Johan, cayendo repentinamente en la cuenta.

- No lo necesito, yo ya obtuve justo lo que quería… ¡A mis vasallos libres de la amenaza de un asedio, a mis treinta caballos en sus cuadras y a mi pequeño paje metomentodo bien encerradito en su palomar! –De Tréville le guiñó un ojo.

- Hablando de eso… –dijo Johan, con otro bostezo- , ¿quién va a ejercitar al pobre Bayard mientras yo permanezco aquí?

- Yo mismo lo haré, y si no estoy yo lo hará alguno de los mozos de cuadra de mayor confianza. ¡No Robert! Él no –se apresuró a asegurar el Conde, adivinando sus temores.

- Yo le llevo… todas las tardes… dos manzanas maduras cortadas en cuartos… a su establo –murmuró Johan, mientras iban cerrándosele los ojos. Y se rindió al sueño al fin.

- Dos manzanas maduras cortadas en cuartos, procuraré recordarlo –dijo el Conde, poniéndose el dedo en la sien como si tratara de memorizar la encomienda más importante del mundo.

Se inclinó sobre el niño dormido y apartó suavemente un mechón de pelo de sus ojos. “¡Qué chico éste!”, pensó. “Ha rozado el desastre no sé ni cuántas veces en las últimas veinticuatro horas… ¡y ahora sólo le preocupa la merienda de su caballo!”

………………… FIN DEL CAPÍTULO ...................
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Zorro Aullador
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Ubicación: Asomando el hocico con mascarilla por si la pandemia

MensajePublicado: 09/01/2018 19:00    Asunto: Responder citando

Y esta es la versión pintada de la portada elaborada por Pirluit sobre su infancia de Johan:


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Zorro que duerme de día, anoche estuvo de cacería. Y con tebeos en las zarpas, jejeje.
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Zorro Aullador
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MensajePublicado: 09/01/2018 19:01    Asunto: Responder citando

Jopetas, casi me salgo del encuadre del foro... lo siento, pero no hemos encontrado otro método para compartirla con vosotros... no obstante, si hiciera falta cambiarlo de tamaño, etc., aceptamos ayuda para ello porque, no hemos encontrado otro medio que permitiera subir este dibujo...
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