Desde hace siglos, e incluso años, los expertos intentan buscar el arte verdadero. Muchos han sido los que se han dado por vencidos en el empeño, los que han muerto, e incluso los que creen saber la verdad sobre el final de "Di que sí". Pero yo, y repito, pero yo: pero yo, he sido la única persona en encontrarlo…
Hace algunos años leí en una antigua revista que el arte verdadero no estaba en la poesía de Rubén Darío, ni en los artículos de Larra, ni en ninguna de las cosas en que cree el ser humano… el arte verdadero, según esa publicación, se encontraba en el Amazonas, en una piedra que contenía la escritura más hermosa jamás conocida: el arte verdadero.
Así que me intenté armar de valor, pero, como no encontré ningún arma con ese nombre decidí, simplemente, irme hasta el lugar. El saber popular, siempre ignorante, piensa que el Amazonas es un río, inclusos otros opinan que es una selva. Falso. El Amazonas es un estado del alma, como puede ser el dolor, el frío, el amor, la provincia de Cáceres o los Chicago Bulls. Por tanto, sólo tenía que concentrarme mucho para llegar a él. Cerré los ojos y allí estaba, delante de un león. No, señores, no un león hecho de goma de esos que se usan como hinchables en la piscinas. No, no un león de esos que están en el Tribunal de Justicia. No un león como apelativo cariñoso del niño que lee mucho. Me refiero a un león de carne y hueso. Un animal. Un gigantesco animal, del tamaño de una galleta que sea tan grande para tener el tamaño de un león.
Abrí los ojos.
Volví a cerrarlos, y entonces me encontré en Inglaterra, muy lejos de mi objetivo. Estaba rodeado por señores con sombrero y bastón y una señora intentaba que le comprara un extraño artilugio llamado "Máquina del tiempo".
Abrí los ojos.
Volví a cerrarlos. De repente me vi dentro de la película "El último gran héroe" (al contrario de lo que le pasa al protagonista). Si alquilan la película seguramente me vean en alguna copia, soy el hombre que pasa por detrás del niño cuando este dice la palabra "yo". Cuando salí del plano me quede en total oscuridad.
Abrí los ojos.
Cansado de que MARTE jugara conmigo interfiriendo en mis pensamientos decidí, no sin pensarlo, usar mi última creación, el ParaMarte, un objeto compuesto por papel albal, tierra, albahaca y un monitor de ordenador que impide atravesar al VIL PLANETA el pensamiento de las personas. Así que volví al Amazonas. Durante semanas estuve buscando la piedra que había visto en la fotografía de la revista. No la encontré. Pero entonces, cuando ya daba la misión por perdida comprendí el mensaje: el arte era yo, yo tenía que escribir en una piedra del Amazonas. Sólo el contacto con la naturaleza pura lograría crear el arte puro. De esta forma, inspirado por aquel paisaje de árboles, animales salvajes y documentalistas en paro, escribí los siguientes versos:
Cuando estoy en la selva no se qué me pasa,
Pero al no escribir en Word no me entiende ni la RAE.
Y es que la caligrafía en una piedra es más difícil
Cuando un león te pide fuego.
La vida es masticar madreselvas
En un rápido crujir de cascanueces
Cuando me despierto a medianoche en invierno
Pienso…
Cuánta nieve…
Volví a casa, satisfecho de mis logros. Pero en cuanto presenté mi trabajo en editoriales quisieron matarme. El gremio de editores contrató a unos peligrosos matones vestidos de gato para acabar conmigo. La razón es bien fácil: no les interesaba contar con el arte puro porque, entonces, nadie volvería a comprar un libro más, ni ver ninguna película, ni escuchar ninguna canción, ni siquiera comer. De hecho, ustedes, una vez leído el poema, se distanciarán absolutamente del arte, como hice yo. Como dijo una vez acerca de este asunto la cantante de Amaral: "Ojalá que esos gatos atrapen al SER OSCURO porque si no, el mundo del reino del arte falso se abismará sobre el propio peso de sus pisadas".
Naturalmente, no contaban con que nunca he podido ver animales domésticos.